Comentario
Uno de los aspectos de mayor interés, de las convulsiones que sacuden la vida europea a comienzos de la Baja Edad Media, es el gran debate intelectual que se mantiene entre quienes defienden y quienes niegan la posibilidad racional de alcanzar la verdad revelada por Dios; posible para unos, sostienen otros que, procediendo el conocimiento de las observaciones realizadas por los sentidos, el intelecto humano sólo puede descubrir las realidades materiales.
Durante todo el siglo XIII ha venido produciéndose un crecimiento de la filosofía que ha penetrado incluso en el ámbito de la teología; la irrupción de Aristóteles, y las diversas interpretaciones y posturas adoptadas ante él, son la causa de ese debate intelectual y del nacimiento de diferentes escuelas.
El gran esfuerzo intelectual de asimilación de Aristóteles ha sido realizado por santo Tomás y expuesto en la "Summa Theologica"; por el momento, la obra, lejos de constituir un elemento aglutinador, venía a incrementar el debate escolástico. Para unos, la tranquila confianza en la razón de la síntesis tomista resulta en extremo peligrosa e incurría, además, en proposiciones heréticas; para otros, la intervención tomista en el pensamiento aristotélico le hace irreconocible en muchos de sus aspectos.
El debate es, evidentemente, muy minoritario, reducido no sólo únicamente a una minoría de maestros universitarios, sino, incluso, esencialmente resumido en París, que sigue siendo el centro intelectual indiscutible, aunque irradiara a todas las universidades y escuelas, y a toda la sociedad, donde se hace patente la divergencia entre el idealismo caballeresco y el realismo burgués.
La facultad de Artes parisina, cuyas figuras principales son Siger de Brabante y Boecio de Dacia, defienden un aristotelismo radical, averroísta; tras su condena, esta corriente, soterrada durante unos años, inspirara las obras de filosofía política de Juan Jandún y Marsilio de Padua, y, sobre todo, las obras de Guillermo de Ockham.
La facultad de Teología, en su mayoría, amparándose en san Agustín, defiende la sabiduría cristiana frente a la que llaman sabiduría pagana, a la teología de la filosofía, y también frente a las afirmaciones tomistas, a las que consideran contaminadas del aristotelismo averroísta. Este grupo elabora un neoagustinismo, profundamente anclado en el agustinismo, pero incorporando algunas aportaciones aristotélicas.
El conflicto estalla, en primer lugar, entre los teólogos y los averroístas, a quienes también combate santo Tomás, a pesar de lo cual, las innovaciones tomistas, consideradas intolerables por los teólogos conservadores, provocarán la ruptura entre ellos; la oposición de las ideas se verá complicada por la rivalidad entre las dos órdenes, dominicos y franciscanos, que hasta el momento había permanecido soterrada.
La gravedad de la querella decidió al obispo de París, a instigación de algunos maestros universitarios, a formar una comisión que investigase sobre la ortodoxia de algunas obras. Su rápido trabajo conduce a la redacción de un escrito, algo anárquico, conteniendo una serie de proposiciones consideradas como errores teológicos y filosóficos; todo ello fue recogido en un decreto episcopal de 7 de marzo de 1277 en que se condenan dichos errores y se dictan penas canónicas contra quienes los han sostenido, si no se produce inmediata retractación. Con pocos días de diferencia, el obispo de Canterbury adopta decisiones similares, reiteradas, además, en 1284 y 1286.
La condena de 1277 es, en realidad, un documento partidista en el que, junto a la condena de doctrinas abiertamente heréticas, se incluían algunas proposiciones de santo Tomás, fallecido tres años antes; tendrá importantes repercusiones en la futura situación intelectual porque detiene o soterra los avances heréticos, pero también compromete el desarrollo del tomismo y agudiza el enfrentamiento entre escuelas. En 1325 se anulará la vigencia de la condena de 1277 en lo referente al tomismo.
Tiene lugar un notable desarrollo del pensamiento, en medio de un duro debate entre escuelas que enfrenta, esencialmente, a los franciscanos con los dominicos, firmemente vinculados al desarrollo del tomismo; una querella que se prolonga a lo largo de todo el siglo XIV, en la que, a raíz de la condena de 1277, se produce un crecimiento notable de la escuela franciscana y también del neoagustinismo.
La querella es, en realidad, una parte del debate que se vive en la sociedad cristiana, que aspira a su renovación intelectual y a dar respuesta a las nuevas demandas de perfección espiritual: vía moderna, en contraposición al tomismo, considerado con vía antigua, y "devotio moderna", en paralelo con aquella, son las respuestas, en su respectivo campo, a las nuevas demandas. En ambos, junto a las respuestas ortodoxas se producen desviaciones heterodoxas.
La vía moderna debe su formulación al pensamiento franciscano, esencialmente a las obras de Duns Escoto y Guillermo de Ockham, con planteamientos y resultados muy diferentes entre sí.
Juan Duns Escoto, franciscano desde 1281, estudiante en las universidades de Oxford y París, comienza sus enseñanzas en la primera de estas universidades en 1300, siendo también maestro de la universidad parisina y en la de Colonia, donde falleció en 1308.
Parte de la idea de que el conocimiento científico tiene por objeto únicamente la realidad del mundo sensible; ello es así porque la razón conoce únicamente a través de los sentidos. El objeto de la teología es Dios en cuanto tal, el de la filosofía es el ser.
Es posible, a través del conocimiento de las cualidades de un ser, llegar a un cierto conocimiento de ese ser; un conocimiento que no es certeza, sino una probabilidad de certeza. El intelecto humano puede percibir la necesidad de Dios como ser supremo, pero nunca entender la esencia de Dios; éste escapa al conocimiento racional porque siendo éste un conocimiento sensible, lo que a través de él conocemos no escapa del mundo sensible.
Las verdades de la fe, como la existencia de Dios o la inmortalidad del alma, no son accesibles desde el conocimiento racional, sino por la adhesión a la verdad revelada como un acto de fe. No obstante, admite Escoto, el conocimiento racional permite apoyar la fe en unas razones de credibilidad; no conocer a Dios en sí mismo, pero sí demostrar su existencia. Se trata de una demostración que se alcanzara remontándonos de los efectos a la causa, pero no de los seres contigentes, sino de las propiedades del ser en cuanto ser, que nos llevará a un ser primero, existente, necesario e infinito.
Aparentemente había un parentesco entre Escoto y santo Tomás: la posibilidad de demostrar racionalmente la existencia de Dios; sin embargo, la diferencia era sustancial: santo Tomas admite como demostración suficiente para alcanzar un conocimiento seguro la que procede de los efectos a la causa, mientras que Duns Escoto sólo admite como demostración plena la que va de la causa al efecto. La consecuencia es que las pruebas de la existencia de Dios, siempre procedentes del efecto a la causa, son para Escoto únicamente relativas.
Esa diferencia, aparentemente sutil, hacía que algunas verdades de la fe fueran demostrables, pero otras muchas eran remitidas al terreno de la teología y, por tanto, su aceptación constituía un acto de fe. La radical distinción de campos entre la filosofía y la teología tiene bastante que ver con la sentencia de 1277, que venía a ser el fin de una unión, que se había creído posible y parecía ahora nociva.